jueves, 1 de septiembre de 2011

De las injusticias de esta crisis económica.

El lunes, como cada verano desde hace no sé cuántos años, vino el camión de la fruta. Son dos hombres, con una empresa familiar que, el día anterior, van a las diferentes huertas a recoger el producto que venderán de madrugada a los almacenes y, todo aquello que no venden, lo traen a los pueblos para una venta directa. Siempre han traído una calidad excelente y un precio bastante bueno, teniendo en cuenta el gasto de desplazamiento y demás.

A parte del cariño que ofrece esta buena gente, entre otras cosas, por su sinceridad (si el producto no está perfecto, como el caso de las naranjas que, a veces, vienen secas), lo dicen; por su generosidad (si le debes un pico de unos céntimos, lo perdonan), y por su simpatía (es difícil no terminar la compra a carcajada limpia). Bien, pues a parte de todo esto, este año los precios han llegado muy rebajados, quizás demasiado y ya no es habitual verles la sonrisa de siempre, la de todos estos años anteriores. Así que, al final, se han sincerado. La situación: la de tantos. Tienen que trabajar hasta tres y cuatro veces más para sacar lo mismo que sacaban antes por un solo trabajo. A veces, se quedan justos de ganancias, pero deben seguir. Eso es lo que les dicta la conciencia.
No son los primeros que escucho en esa línea: pequeña y mediana empresa está sufriendo igualmente. En algunos casos, no es la falta de trabajo, es la falta de pago por parte de los clientes, con lo cual la empresa se queda sin dinero para pagar a los trabajadores o para adquirir material y seguir cumpliendo con los pedidos.
La situación es desesperante.
El caso de esta familia de fruteros es el cuarto caso que ha llegado a mí en menos de una semana, con la desesperación y la impotencia de no saber qué hacer. Y con la rabia porque, después, aparecen los políticos dicendo que hay que ajustarse el cinturón... ¿cómo es eso?
La economía siempre ha sido un tema que me ha costado entender, pero no comprendo que sean estos trabajadores de toda la vida, los que han sacado una empresa adelante con el sudor de su frente (literalmente), los que de lo único que entienden es de levantarse temprano, trabajar, trabajar y trabajar, los que tengan que pagar la usura de los ricos y poderosos (especialmente los bancos) cuya única función es jugar con los ahorros de esos ciudadanos de a pie. Y que, si encima se pasan de la raya (como es la situación actual de este país), sigan siendo esos ciudadanos de a pie, currantes incansables, los que tengan que hacer un esfuerzo mayor.
Se me ocurren muchos calificativos para este tipo de "señores", pero bajaría mucho el tono de este artículo convertido en queja.
Lo cierto es que la esclavitud no está abolida, sólo que está tan bien disfrazada que nos hacen creer que somos libres, pero seguimos trabajando para bancos y políticos que se niegan a bajar sus sueldos y a arrimar el codo porque ya tienen a los currantes de toda la vida, a los trabajadores de verdad para que se aprieten el cinturón por ellos y paguen las deudas de un despilfarro inimaginable, un despilfarro hecho con los ahorros de esos mismos trabajadores-ahora esclavos de un gobierno imposible.
Y, mientras tanto, en Francia, los ricos piden que se les suba los impuestos para ayudar a que la recesión no vaya a más. En cuanto sale la noticia, España mira para otro lado: los ricos para que no se les pidan cuentas y los pobres porque ya saben que esa decisión francesa no se va a contagiar. Tal y como ha sido.
En fin...

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